VIERNES, 31 DE ENE.

Rosario sin secretos: entre Mazza, Victoria y los leones, “torna Sorrento”

Antes que Gabriel Carrasco se hiciera cargo de la Municipalidad del Rosario, lo precedió Juan Agustín Mazza, aunque fueron apenas casi 8 meses de gestión. Aún así, dejó poderosas huellas.

 

Del 21 de diciembre de 1889 al 6 de agosto de 1890 ocupó el sitial de Lord Mayor de la ciudad. El exitoso empresario, dueño del mercado El Porvenir, prácticamente un shopping de 24 ambientes en la zona de Avellaneda y French, y su casona de Rioja al 800, fue designado -como se estilaba entonces- por el gobernador Gálvez, el mismo que diera su nombre a la vecina localidad con la que compartimos el Parque Regional Sur (¿para ellos se llamará Parque Regional Norte?).

También Mazza tenía su fabulosa casa de fin de semana en las afuera del pueblo, construida por Nicolás Sotomayor a principios de 1880, en la que se realizaban grandes fiestas y recepciones, y hasta se convirtió, con el tiempo, en un concurrido lugar bailable con orquestas y todo. Por ese entonces se llamaba Pueblo Sorrento, gracias a que Ernesto Brandt, junto a Hércules Antonietti, quinteros de frutos y hortalizas, habían encontrado la zona similar a la región de Nápoles, Italia, de donde provenían estos inmigrantes. Ernesto Brandt también se llamaba la calle Génova, la que conduce al gigante de Arroyito, hasta 1927.

Vale aclarar que este inteligente comerciante, Juan Agustín Mazza, había amasado una gran fortuna antes de ejercer la función pública. Así construyó su castillo mansión, en piedra y madera, con una espectacular cúpula de vitreaux sobre torres de madera de cedro lustradas, rejas al estilo colonial, un inmenso jardín con dos fuentes, todo en medio de una profusa arboleda ideal para encuentros de la elite rosarina.

Sin irnos de la fecha, les contamos que, un día como hoy, pero ya en 1918, Lisandro de la Torre fue agasajado con un inolvidable picnic, propiciado por el paradisíaco lugar (no en vano se lo conoció también como El Edén), puesto que a la noche presidiría un acto del partido demócrata progresista en el teatro “La Ópera” de calle Mendoza y Laprida (ya había dejado de llamarse Comercio como cuando Mazza era intendente, y todavía el teatro no era El Círculo).

Pero tornemos a Sorrento, como dice la canción napolitana que escribiera Ernesto de Curtis, con música de su hermano Gian Battista, a pedido del dueño del hotel de lo que era una pobre ciudad italiana en 1902 y necesitaba mucha obra de infraestructura.

Hete aquí que el empresario hotelero era al mismo tiempo el alcalde, y quiso agasajar con una canción a Giuseppe Zanardelli, presidente del Concejo de Ministros, para lograr de él algunos favores, entre ellos, el alcantarillado y la apertura de una oficina postal.

De grandes ideas es como se gesta el turismo en el mundo. Si pensamos que Orlando, donde está Disneyworld, era un lodazal, y Las Vegas, un desierto, alcanza para darnos cuenta, en el Tricentenario, que el Rosario bien puede ser llegar a ser turística. Aunque no tengamos montañas ni mar, tenemos un río que es envidia de toda Europa y además miles de pintorescas historias para contar, que en cualquier lugar del mundo llenaría catálogos de interés turístico.

No sabemos si la pasión y la melancolía de la música italiana lograron su propósito, pero que se convirtió en algo icónico e internacionalmente admirado, no cabe duda. Grabada por Dean Martin, Elvis Presley, Enrico Caruso, Mario Lanza, y cuanto tenor se precie, tenemos hasta la magistral versión telúrica, que invitamos a disfrutar, de Los Cantores del Alba, ese grupo folclórico salteño de los ’60 que fue declarado Patrimonio Cultural de “La Linda” en 1982.

Como bien decían ellos cuando eligieron el nombre para su agrupación: “Las aves cantan al alba, yo canto al amanecer, ellas cantan porque saben, yo canto para aprender”.

Y aprendiendo, compartimos, por ejemplo, que cuando era Pueblo Alberdi, lo más granado de la sociedad competía para tener allí las mejores residencias, y Mazza se construyó un fastuoso castillo de reminiscencias mudéjar, esa arquitectura mezcla de español y árabe.

Si vamos al origen de la palabra, mudéjar significa “aquel a quien se le ha permitido quedarse”, pero aquí ese palacete no se quedó, sino que fue demolido para que “se haga la luz”.

En efecto, hoy todo el predio que alguna vez tuvo el ex intendente, fue demolido y adquirido en los años ‘30 para ampliar la Usina Termoeléctrica Sorrento que nació en 1910.

El Edén Rosarino, luego Victoria Park y más tarde Germania Park, fue un fantástico Recreo que reunía a los rosarinos de alta alcurnia que hacían sus excursiones campestres y llegaban en carruajes, tranways con estacionamiento propio (cobertizo para que descansen los caballos que los acarreaban) y hasta en primorosos vaporcitos que partían del muelle de Castellanos, cuando los rosarinos éramos inteligentes y usábamos el río para transporte de pasajeros, haciendo realidad aquella de: “¡Todos a bordo”! Mazza tenía su lancha familiar, la Pik, y su propio embarcadero.

Pero eran épocas en la que los millonarios eran agradecidos y no sólo generaban grandes fortunas, también realizaciones muchísimos actos solidarios entre los más desposeídos.

Una de sus hijas, Margarita Mazza, casada con otro poderoso empresario, Manuel Carlés (la plata atrae la plata, diría nuestra amiga Rosa Río) siguió sus huellas y la encontramos no sólo en la Sociedad de Beneficencia de Rosario sino también como creadora de la primera escuela carcelaria, la más antigua del país, en la unidad penitenciaria de otro “castillo” olvidado, el de Zeballos y Riccheri.

Mientras su esposo presidía la Asociación Española de Socorros Mutuos, y era miembro fundador de la Sociedad Rural, el Banco Rosario y el Banco Provincial de Santa Fe, ella ocupaba su tiempo en el Apostolado de la Oración, la Sociedad de Vicentinas y la de la Misericordia, y en amistad con Juana Elena Blanco, “Misia Margarita”, como pasó a la historia, organizó además la prestigiosa Sociedad Protectora de la Infancia Desvalida.

Mazza quedó como calle, Margarita nominando una escuela, y los leones de mármol de carrara traídos desde Italia por su padre, fueron donados a otro palacio, el Municipal.

Allí están, enhiestos, como réplica de los de la catedral San Lorenzo, de Génova. ¡Y otra vez nos vamos a Italia! ¡Cuántas señales ancestrales nos muestra la ciudad!

Nos despedimos con una simpática anécdota del cronista gráfico que fue a tomar la foto de los leones del Palacio construido por otro italiano, Gaetano Rezzara, en el Palacio de los Leones. Salvador Hamoui bromeó que estaban quietitos como estatuas, no tanto como Brisa, la leona que supo habitar y fotografió en la reserva ecológica Un Mundo Aparte, de calle… ¡Sorrento!

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