Casa Molina: un espacio cultural pensado para “generar utopías acomodadas a estos tiempos”
El muralista rosarino Jorge Molina ha estampado su arte en muchas paredes de la ciudad, con dibujos y formas coloridas que trasportan. Desde diciembre se puede recorrer y experimentar "Casa Molina". "En un principio esto es mi taller de arte, pero se ha ampliado un montón. Estoy orgulloso del estilo con el que la gente me reconoce y las experiencias que me trasmiten", destacó el artista.
- Ciudad
- Por Gisela Gentile Y Sebastián Moreno*
- Feb 16, 2025

Una puerta colorida y poco habitual en calle Entre Ríos 673 resalta y se despega de la monotonía gris del centro rosarino. El ruido de una ciudad en movimiento parece detenerse al cruzar el marco de «Casa Molina». Banderines, telas y colores en forma de mural te invitan a detenerte y contemplar otra realidad posible.
Un espacio cultural pensado desde una mirada popular y genuina en donde la amorosidad es el insumo más usado. Talleres de arte, baile música y juegos cobran vida en la casita.
Un proyecto que se inició hace seis años, que no se pudo concretar, pero que a mitad del año pasado comenzó a reactivarse; para finalmente abrir sus puertas el 21 de diciembre.
-¿Con qué se encontrarán los visitantes cuando la recorran?
-En un principio, esto es mi taller de arte, pero se ha ampliado un montón. Contamos con espacios para dar clases de teatro que van a empezar en marzo, tenemos clases de flamenco sin zapatos, una cosa un poco insólita, pero está re bueno.
Doy clases de pintura, de filete porteño, haciendo además encuentros para conversar. Prontamente se vienen otros talleres, arte para niños, un espacio que funcione como biblioteca y a la vez librería de libros viejos.
A partir del 9 de marzo, habrá ciclos de diferentes músicos, y empieza Myriam Cubelos, que hará un ciclo que se replicará un domingo por mes.
–¿A esto lo fuiste pensando o fue surgiendo a medida que estabas transitando el lugar?
-Tuve una de esas particularidades excepcionales que es que quien me encargó el trabajo, me dijo ‘hacé lo que quieras’. Eso es lo mejor que te puede pasar. Es tocar el cielo con las manos. Porque además, yo estoy convencido que cuando vos hacés lo que querés, hacés más, con más profundidad, le pones más amor, al mismo precio.
Entonces, me di el lujo. Por ejemplo, en una de las salas pintar lo que son mis recuerdos de Refinería de niño, el contacto con el río, los pescadores, con la pibada de cuando era chico.
Después hice otra sala en homenaje a los músicos y a las músicas, otro dedicado a las acrobacias, y hay un lugar muy particular, que yo creo que es como el pequeño tesoro de este espacio, que se llama el Cuartito de la Poesía Secreta, que ahí está pensado para que los pibes se alucinen con la poesía.
–Los rosarinos pueden reconocer fácilmente tus obras dispersas en la ciudad, pero quizás no el rostro del autor.
-Sí, es fantástico. En la calle, cuando estás pintando, la relación con la gente siempre es hermosa. Desde el que pasa, a veces te dan consejos, se quedan a charlar, comentan sobre lo que estás haciendo y qué recuerdos le trae, o con qué lo asocian. La vecina o el vecino que te trae algo, que piensa que tenés hambre y te alcanza algo para comer. Me han traído de todo, desde mates hasta cerveza. Es fantástico.
Y muchas veces estoy haciendo algo en la calle, pasa alguien que me da una pista para cambiarlo en el momento o para agregarle algo. Siempre esa relación es alucinante.
-¿Cuánto valor tiene este trabajo comunitario, en contextos donde lo individual parece pasar por sobre lo colectivo?
-Nos enriquece a todos. Desde hace unas semanas, invito a las personas, no importa quiénes, a venir al taller a pintar, dibujar o que traigan lo que estén haciendo, sin importar si son artistas, semi-artistas o amateurs. Esencialmente lo que hacemos es conocernos, tomar unos mates y hablar. Hace ya cuatro jueves que organizo esto, en el último éramos seis, los seis dibujando, pintando y al mismo tiempo conversando sobre qué está pasando con el arte en la ciudad.
-¿Qué es ser muralista en Rosario?
-Y a mí me llena de placer, me da un orgullo enorme. También me doy cuenta que con el paso de los años y con mi insistencia de pintar y pintar, la gente me va conociendo. Estoy orgulloso del estilo con el que la gente me reconoce y asocia.
Relacionan mis murales con alegría, colores, formas y figuras que te hacen pensar en la infancia. El año pasado hice un pedido a las personas que me vayan diciendo qué piensan de mis murales o por qué los reconocen y algunas me hablaron de que les parecía que eran como un portal que los conectaba con quienes ellos fueron cuando eran pibes.
-El arte puesta a disposición de la gente lleva un esfuerzo extra, como el de hacer colectas para recaudar pinturas para próximos murales.
-Normalmente armo colectas cada tanto porque eso está vinculado con la falta de trabajo. Hoy en día, y es comprensible, mucha gente que a lo mejor tiene unos pesos y pensaba pintar un mural en el fondo de su casa o algo así, y por el contexto tiene miedo y se entiende. La consecuencia de eso es que no me permiten ir quedándome con los restos de las pinturas que uno va comprando para hacer dichos trabajos. Entonces cada tanto, armo una colecta solidaria y en los murales que voy pintando, donde la pintura proviene de esas colectas, les pongo junto con la firma que el mural fue pintado gracias a la colaboración de la gente.
-¿En momentos de crisis debe ser más complejo aún ser muralista?
-Lamentablemente tampoco hay trabajo como muralista desde los organismos oficiales, desde el Estado, por lo cual es un momento bastante complicado. Casa Molina termina siendo también una especie de lugar donde agarrarse para generar utopías de uno acomodadas a estos tiempos.