MARTES, 25 DE FEB.

Rosario Sin Secretos: la calle de los alemanes, el paraíso de las “zervezas”

Un tramo de Catamarca fue conocido, durante muchos años, como “la Calle de los Alemanes”. Un tiempo después de que se estableciera la libre navegación de los ríos, inmigrantes de todas las nacionalidades arribaron al Rosario, a “hacer su América”, entre ellos los germanos.

 

Varios nombres aparecen desde 1855 en la historia de los hombres dedicados a la fabricación de cerveza en el Rosario: Federico Pommerenke, Gustavo Bley, Fernando Magdelín, Federico Strasser, Carlos Schlau. Apellidos alemanes, suizos e ingleses que continuaban la labor de la tierra de sus ancestros.

En la esquina sudeste de Catamarca (a la que se llamó durante muchos años por aquella época, la Calle de los Alemanes) y Entre Ríos, se ubicó la que -en general coinciden los investigadores- es la más vieja. Por esas contracciones que tiene la vida se llamó ¡Cervecería Nueva! Claro que en ese entonces era nueva, y ganaba, como en el truco, por primera, pero… cómo nos transformamos de ciudad exclusivamente vinera a cervecera, es un misterio que continúa sin develarse.

 

Aunque digan que “sobre gustos no hay nada escrito”, ríos de tinta han corrido para contar su historia, y las versiones son tan variadas como la cantidad de tipos de cerveza que hoy podemos encontrar entre industriales y artesanales. Esta bebida recibió, alguna vez, el nombre de “zerveza”, así, con dos zetas, y su consumición fue mutando en diferentes épocas. Pero existe una historia muy interesante y bastante creíble que vincula su origen a las mismísimas mujeres. En sus manos estuvo la mezcla de granos de cereal, agua y hierbas. En su voluntad, la cocción del brebaje que fermentaba espontáneamente y hasta resultó nutricio y “entonador”.

¡Estamos hablando de la Edad Antigua, miles y miles de años atrás! Vendría luego el Medioevo y la incorporación de la flor del lúpulo de manos de una herbolaria a la que muchos consideran “la Madre de la Historia Natural”, cuya vida es fascinante y única: la abadesa benedictina y polímata Santa Hildegarda de Bingen, teórica, escritora, música, poetisa, compositora, filósofa, científica, naturalista, médica, mística, líder monacal y profetisa alemana conocida como al Sibila del Rin.

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En épocas en la que los hombres morían en las guerras “como moscas”, como decían nuestras abuelas, muchas mujeres debieron hacerse cargo de la manutención del hogar y para ello empezaron a desarrollar tareas desde su casa, pero debían desarrollar una estrategia para ubicar su producción. Así, comenzaron yendo al mercado central a ofrecer sus productos y para diferenciarse de los hombres decidieron llevar un sombrero con una alta punta. Como eran amas de casa, debían demostrar esa condición y colocaban una escoba en la puerta a modo de cartel publicitario identificatorio.

En un gran caldero cocinaban la mezcla para fermentar y elaborar la cerveza. Como su casa estaba llena de granos de cereal como materia prima, necesitaban un gato para mantener a raya a los ratones. En esa época no existía el alimento balanceado para mascotas y los gatos cazaban roedores. Sombrero puntudo, escoba, caldero, gato… Cualquier parecido a lo que la historia nos dibujó como brujas, no es mera coincidencia. Es más, cuando se empezaron a constituir en una seria competencia para el desarrollo del varón, la cacería de “brujas” casi se convirtió en un deporte.

Pero volvamos a Rosario y recordemos la insuperable cerveza Schlau que tanto se consumió por décadas y que fue durante años la bebida indiscutible que se repartía gratuitamente en grandes carrozas durante muchos carnavales. Hay fotografías que muestran un enorme tonel especialmente construido con promotoras entregando vasos de cerveza a transeúntes, conductores de autos y hasta pasajeros y choferes de colectivos en plenas fiestas carnestolendas. ¡Imágenes impensables en nuestra era de “conductores designados”!

Desde 1858 hasta 1978, 120 años, esta empresa creció a un ritmo vertiginoso convirtiéndose, desde Rosario, en una gran competencia para Otto Bemberg, que decidió comprársela a la viuda cuando murió su dueño. Comprar, para cerrar. ¡Viejo truco de la libertad de empresa!

Casi medio millar de empleados, en su mayoría propietarios de inmuebles desarrolladas en las inmediaciones por la misma fábrica (el trabajador que vive cerca es menos faltador, sostenían), muchas de las cuales desaparecieron a cambio de metros cuadrados para la construcción de departamentos en propiedad horizontal. La fábrica tenía más de 20.000 metros cuadrados dedicados a la fabricación de lo que para muchos era un elixir, en aquella inmensa propiedad que alguna vez fue Punta Brown, La Boite y Madame, y tenía hasta un ramal ferroviario que ingresaba al lugar para la descarga de envases vacíos que llegaban de todo el país y su carga, bien llena, luego, para su distribución en la Argentina, cuando fue la cerveza argentina más vendida de la historia. ¡Y rosarina!

Los que acierten a pasar por Brown y avenida Francia (una avenida que, dada sus características debería denominarse bulevar, como se llamaba cuando era Timbúes), se van a encontrar con un cartel que advierte que se está en presencia del “Paseo de los Trabajadores de la Cervecería Schlau”, y también de los fantasmas de un pasado que se resiste a morir víctima del olvido… Como rebeldes protagonistas de esa historia, no hace mucho, en la Facultad de Humanidades, un grupo de antropólogos y estudiantes descubrieron, al excavar para sacar el mástil del patio, una gran cantidad de botellas de cerámica con sus picos enterrados apuntando hacia abajo.

Algunos dicen que son vestigios de una de las tantas cervecerías del 1800 y otros que fue material de descarte utilizado para construir el contrapiso de lo que alguna vez fue el Colegio de la Santa Unión de los Sagrados Corazones.

Los hermanos Wiedenbürg le compran a Strasser su cervecería y la rebautizan Germania. El otrora próspero empresario, sólo y arruinado, después de haber honrado todas sus deudas, termina sus días en un accidente con su bicicleta, de la que cae, en la esquina de Rioja y Balcarce. Germania, que termina convertida sólo en fábrica de hielo, cuando recién entonces la cerveza empezó a tomarse fría (antes, y aún en la actualidad en Alemania se consume a temperatura ambiente) también pasó a ser de Otto Bemberg.

Magdelín, que terminó suicidándose (hubo empresarios que no soportaban las quiebras y la vergüenza les impedía seguir con vida), tuvo también su cerveza FM, simple, doble y negra, y para diferenciarse de la de sus colegas, importaba botellas de gres de Glasgow, con el nombre de su empresa impresa sobre relieve de color celeste en el cuerpo del mismo envase.

Y hablando de celeste, ayer se vivió una orgullosa patriada en 27 de Febrero que merece un brindis, con cualquier bebida, lo importante es celebrar.

Al rayar el alba, el bulevar “más rosarino” (así se llamó originalmente) comenzó a lucir los insignes colores blanco y celeste de la escarapela, en columnas de alumbrado. Al cumplirse 213 de la creación, en el Rosario, del primer símbolo de identidad nacional, “se pintó la aldea”. Si bien se trabajó sobre la altura del 1800, por ser en 1812 cuando Belgrano enarboló Bandera primera vez, la Comisión Ciudadana Rosario por la Paz, bajo una misma Bandera, organizadora del evento, anunció que la obra se extenderá, en futuras jornadas, sobre el 1700 y el 1900, para contener simbólicamente -como todo lo que nace para trascender- los otros dos siglos que se suman para celebrar el Tricentenario del Rosario.

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La primera columna fue pintada de blanco, que heráldicamente significa “unión” y nace en calle Italia, la cuna de los ancestros de Belgrano, y luego se despliega el celeste para simbolizar la Libertad, alternando luego hasta completar las seis columnas lumínicas de la cuadra.

La frase “Pinta tu aldea, y pintarás el mundo” que se le atribuye a León Tolstoi, el autor de la famosa novela “La Guerra y la Paz”, era en realidad: “Quien conoce su aldea, conoce el universo” y de alguna manera -igual que la movida de ayer que contó con artistas, cantantes, bailarines, un mago mágico y representantes de prestigiosas instituciones de la ciudad, incluida la que reúne a los devotos de Mama Antula, la primera Santa Argentina que recibió ocho veces a Belgrano, en su casa de Retiros Espirituales, nos viene a explicar la importancia de poner en valor nuestro entorno, de conocer y valorar el patrimonio y de honrar el origen de la historia.

 

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